Presentación del 35
aniversario del “Homenaje de los pueblos
de España a Miguel Hernández”. Sede social de Los Verdes de Torrevieja. (18
de febrero de 2011)
Nos reunimos hoy aquí para
conmemorar el 35 aniversario del “Homenaje de los Pueblos de España a Miguel
Hernández”. En sentido estricto, por tanto, rendimos homenaje a un homenaje más
bien que a Miguel Hernández y eso a pesar de que su figura, su poesía, la
poesía, va a estar presente en este tiempo que nos hemos regalado.
Cuando mis compañeros me pidieron
presentar el acto, teniendo en cuenta lo modesto de nuestras pretensiones y del
escaso material con el que contamos, debo confesar que me embargó una duda:
cómo presentar lo que en el fondo no es nada más –pero nada menos- que un ejercicio de memoria sin caer en la
trampa de ejercer el frívolo papel de moderador de anécdotas.
Traer
a la memoria aquel homenaje realizado un año después de la muerte del dictador
es hacer un ejercicio de memoria mucho más ambicioso, de mucho más calado,
porque en aquel año de 1976 no sólo se homenajeaba a ese gran insumiso del
terror y la barbarie que fue Miguel Hernández, sino a todos los pequeños y
grandes insumisos que lucharon anónimamente en España durante tantos años, a
los que tuvieron la suerte de llegar al final de ese negro túnel llamado
franquismo y a los que se quedaron en el camino.
De
hecho, me da la impresión desde la lejanía, que aquel homenaje era menos a la
poesía del gran Miguel que a lo que representaba su figura, precisamente esa
negativa a someterse a la irracionalidad, de asentir a lo inasumible, de acatar
lo inacatable por mucho que ello se tratara de imponer por la violencia, ya
fuera física o ideológica.
Memoria,
sí. Pero además insumisa.
En
un texto que recomiendo a todos y que se llama precisamente así, La
Memoria Insumisa, Nicolás
Sartorius y Javier Alfaya nos recuerdan sin concesiones algunos de los
elementos -en lo estrictamente político, en lo cultural, en las relaciones de
género, etc.-, que formaban parte de la cotidianeidad de aquella España en la
que algunos decidieron seguir practicando el desacato y homenajear no sólo a un
gran poeta sino a un impulso imparable.
En
lo político nos dicen:
“...Durante
el año 1975 –el año de la muerte del dictador- aumenta de manera espectacular la
actividad de la oposición y de la represión. El TOP abre 4.317 sumarios,
prácticamente el doble que el año anterior... Crece de manera desbordante la
propaganda ilegal con 1.778 sumarios; la asociación ilícita, con 453; el
terrorismo, con 314; la propaganda ilegal y la asociación ilícita,
conjuntamente, con 175; las manifestaciones, con 220...
En
1976 el desbordamiento es ya total. El TOP abre la friolera de 4.795 sumarios,
pero solamente dicta 200 sentencias, de las que 30 son absolutorias. La
actividad de la oposición es muy intensa. En esos días se jugaba nada menos que
la continuidad o no continuidad del franquismo... Los delitos reflejan que
mucha gente ha perdido el miedo y se echa a la calle a reclamar las libertades.
Hay una participación muy alta de jóvenes...”
En
lo cultural, yendo de arriba abajo en aquel negro túnel, nos recuerdan:
“...Ortega y Gasset recibía un tratamiento mediante
el cual se destacaban los aspectos estilísticos de su obra, señalando su
categoría de escritor, pero se disimulaba el laicismo fundamental de su
pensamiento. Con Juan Ramón Jiménez los franquistas se armaron un lío. Por un
lado su nacionalismo se sintió satisfecho al serle concedido el premio Nobel de
Literatura a un español en 1957, pero se ocultó por completo su condición de
exiliado, envolviendo en una nebulosa su vida y su obra, y se puso de relieve
el carácter inefable, atemporal y ahistórico de su poesía. Por ninguna parte
apareció el escritor leal a la democracia republicana, que se negó una y otra
vez a volver a la España de Franco. La Generación del 27 fue casi ignorada, con
alguna alusión a Lorca –de cuyo asesinato , naturalmente, ni se hablaba-, a
Gerardo Diego –el único poeta de su generación adicto al régimen-, Aleixandre,
Guillén o Salinas, tratados de un modo somero y absolutamente insuficiente,
mientras que ni se citaba a otros poetas como Cernuda, Altolaguirre, Emilio
Prados o Miguel Hernández...
La
falange culta tuvo en Panero su poeta, cuyo poema Canto personal. Carta
perdida a Pablo Neruda, es un ejemplo de mal poema ripioso y lleno de
trivialidades de un poeta, sin embargo,
estimable...
El
franquismo ortodoxo negó hasta el final su derrota y trató de defender su
patético Parnaso con los Pemán, García Nieto y compañía como alternativa a dos
generaciones de creadores extraordinarios. También negó a Picasso y a Miró, a
Juan Gris y a Julio González, como negó a Pau Casals o a Roberto Gerhart...Al
final, sin embargo se había quedado sin nada que decir...La Historia (con
mayúscula) consiguió un entrañable y melancólico triunfo y los escarnecidos
antaño volvieron, aunque con cuentagotas, a tener que ser leídos y estudiados
por las nuevas generaciones. Miguel Hernández había muerto de hambre y de malos
tratos en una carcel franquista en 1942; Cernuda, semiolvidado en México; pero
a partir de los años sesenta la poesía de ambos empezó a ser realmente
apreciada por quienes en la literatura buscan algo más que fuegos de
artificio...Al final ganaron los buenos, pero a qué precio.”
Por
lo que se refiere al papel que jugaba la mujer en aquel triste período mejor ir
directamente a las fuentes.
Un
texto de la Sección Femenina de FET y de las JONS decía:
“La
jerarquía familiar. El padre. El padre es la jerarquía de la familia. Por qué.
Porque Dios le ha dado dentro de ella las funciones y las obligaciones más
importantes y Dios da la máxima autoridad a quien tiene la máxima
responsabilidad... La madre administra y dirige la casa. De esta manera ahorra
dinero y colabora con el padre en el bienestar de la familia”
Escrivá
de Balaguer, en la máxima 946 de Camino, afirma:
“Si
queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios (ellas no hace falta
que sean sabias, basta que sean discretas), habéis de ser espirituales, muy
unidos al Señor por la oración.”
Pilar
Primo de Rivera, por su parte, tenía claro que:
“...la
única misión que tienen asignadas las mujeres en la tarea de la Patria es el
Hogar” o que:
“Las
mujeres nunca descubren nada: les falla, desde luego, el talento creador,
reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada
más que interpretar peor o mejor lo que los hombres nos dan hecho”
Y
como último botón de muestra el padre Enciso Viana, en La muchacha en el
noviazgo, afirma con convicción:
“Cuando
estés casada, jamás te enfrentarás con él, ni opondrás a su genio tu genio, y a
su intransigencia la tuya. Cuando se enfade, callarás; cuando grite, bajarás la
cabeza sin replicar; cuando exija, cederás, a no ser que tu conciencia
cristiana te lo impida. En este caso no cederás, pero tampoco te opondrás
directamente: esquivarás el golpe, te harás a un lado y dejarás que pase el
tiempo. Soportar, esa es la fórmula.”
Estas
eran algunas de las perlas que contenía ese inmenso mar del franquismo. Yo era
muy joven aquel año de 1976 –apenas un niño de 13 años-. Mi memoria, como la de
algunos que hoy nos acompañan, es una memoria de los sentidos, filtrada por la
inocencia de los primeros años que, poco a poco, se apuntalaba en las
conversaciones de los mayores y que, posteriormente cobraba significado a
través de los libros. Mi memoria es, pues, colectiva solo a partir de los
miedos de aquella experiencia individual.
Antes
cité a Panero, Leopoldo Panero, poeta del régimen. Durante algunos años
frecuenté a su hijo, Leopoldo María, lo visité en el psiquiátrico de Mondragón,
donde estaba ingresado, víctima de la esquizofrenia y del franquismo: sus
primeros brotes psicóticos surgieron en prisión, después de que, como tantos
jóvenes de su generación fuera hecho preso por ansiar la libertad.
De aquellos días surgió un libro, plagado de esa
memoria de la experiencia, esa memoria
tan poco épica pero tan fundamental. A través de sus citas, o la de
Antonio Lorente, o la de Eliot, o la del propio Miguel Hernández, aquellos que
en el año 76 éramos unos niños hacíamos, años después, recuento de lo que los
pueblos de España iniciaron durante el homenaje que hoy recordamos: ¿qué somos
como comunidad, una vez que vamos saliendo de la oscuridad? ¿Qué nos han dejado
ser como individuos? ¿Qué somos, qué soy, en definitiva, después de tanto
castigo inmerecido?
Y
así termino, antes de ceder la palabra a mis compañeros, con un poema de la
memoria: El Recuento.
Tres
citas se intercalan en los versos: el Eliot de Canción de amor de J. Alfred
Prufrock, el Panero (hijo) de Schekina y el Miguel Hernández de
Las nanas de la cebolla:
EL RECUENTO[i]
Do I dare
Distrurb the universo?
In a minute there is time
For decisions and revisions wich a minute will
reverse.
T.S. Eliot
Cuando han caído
las campanas del sexo y el olvido
invoca a la inocencia
Tiempo de volver atrás y bajar la escalera
Con un claro de calvicie en medio de mi
pelo-[ii]
cuando la
tormenta infinita de pasión y la llama
debe
extinguirse en la rutina
-como alguien renacido gracias a un disparo,
lavado por la destrucción-[iii]
la muerte
vuelve a ser objeto de tratado
mientras la
vida corta el color que corría
por su
alfombra y el beso
nada borracho
en la frívola noche
donde caía
gozoso a dos pasos
del trance.
Aquí yazgo
en las
antípodas del nuevo continente
enemigo
soberbio
enemigo a
muerte, sin agua
para lavar las
heridas, sin sangre
para violar
todas las leyes sanitarias
cocinándomela
esponjosamente
mientras con
la cabeza escribo sobre el éter
la pregunta
informulable:
¡¿Yo?¡!
Cuando sacamos
el olvido de una lata que encontramos
en el segundo
estante junto al pan
la inocencia
quiere
tener cara de
niño puchero sin dientes
-Frontera
de los besos
serán
mañana
cuando
en la dentadura
sientas
un arma-[iv]
pero es cicuta
un veneno
que apaga los
fuegos y aplaca
la fuerza
brutal de los mares
de sal y
cometas.
Aquí yazgo, atracado
“Time to turn back and descend the stair,
With a bald spot in the middle of my hair”
“como alguien renacido gracias a un disparo,
lavado por la destrucción”
a dos pasos
del trance
de la noche
¡¿Yo?!
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